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Bobinas de hilo

septiembre 18, 2013

Desde la más profunda oscuridad de la noche vino a mí esta historia:

Un rayo de luz, poco a poco se iba desvaneciendo en las oscuras aguas del río Dnieper y no era por que las amigas de toda su vida no quisieran ayudarle. Con un extremo de sus largos cuerpos de se anudaron a su cabello, a sus botones, a las suelas de sus zapatos, a los picos del cuello de su camisa. A través de sus finas gafas de alambre se podría apreciar como el iris azul hielo de los enrojecidos ojos de Andrej iban abriéndose, mientras la corriente tiraba de él hacia el fondo. Unas se agarraron a sus dedos  ocho se agarraron con fuerza a los botones de cuatro ojales de su camisa, otras se anudaron a sus rodillas – no tengo que contaros que esas amigas no eran humanas, ni que su amistad nunca fue bidireccional – al otro extremo de sus cuerpos se encontraban las bobinas de madera, en las que solían estar enrolladas sus amigas de colores. Su fuerza de flotación intentaba tirar del cuerpo del hombre a la superficie, mientras que él aceptaba la llegada de su muerte, recordando las piedras que había recogido en el bosque la mañana anterior. La últimas burbujas de aire escapaban de sus pulmones, sin ofrecer resistencia abrió su boca. Poco a poco subían a la superficie a modo de despedida.

Pero volvamos a la luz, aquella luz de finales de otoño, que aquel día acompañó a Andrej, desde su casa, en la que vivía solo con sus objetos favoritos: fotografías de personas desconocidas compradas en mercadillos, vinilos que con el peso del tiempo iban escuchándose cada vez peor, raro era aquel que no tuviera como mínimo dos arañazos, la mesa de trabajo era su único mueble de calidad, su colección de tijeras, máquinas de coser, recambios de máquinas de coser, maniquíes y ropa que rara vez le compraba algún extravagante turista. No, no me he olvidado de sus amigas, las bobinas de hilo de colores. Tenía muchos tesoros pero ninguno tan amado como sus bailarinas de madera, ordenadas en una pared en la que, ordenadas por pigmentos, esperaban su turno en una tabla llena de clavos, separados matemáticamente por dos centímetros… cuenten como mínimo setecientas bobinas, sin contar los colores repetidos. Andrej disfrutaba de sus piruetas, sus giros, su adelgazamiento

Le hacían recordar a Kathrina, estudiaba danza clásica en la escuela de (), allí la conoció y quedó profundamente afectado por su mirada, una mirada dura en cara de esa princesa pelirroja, una mirada atacante que le espetó cuando se cruzaron por primera vez. Ella le dejó muy claro que su vida era la danza y que no perdería su tiempo con él… tuvieron solamente dos citas, estas fueron las últimas palabras que Andrej escuchó de los pétreos labios de Kathrina. No se volverían a cruzar hasta tres años más tardes en el teatro de Kyiv Opera, donde él obtuvo un puesto fijo en el departamento de vestuario, cosía fantasiosos trajes a los actores y bailarines soñando con que alguna vez pudiera volver a verla.

Ocurrió a mediados de octubre, volvió a verla, volvió a ponerse recto, pese a los crujidos de sus vértebras. En la calle frente al teatro había un café, donde antes del trabajo Andrej revisaba a diario la actualidad en el periódico de la ciudad, la vio a través de la ventana, como cruzaba la calle, después de una carroza de caballos negros. Sus miradas no se cruzaron, pero él la reconoció de inmediato. Tiró unas monedas sobre la mesa y corrió a su encuentro. Ella había desaparecido por el callejón trasero del teatro y corría hacia las salas habilitadas para los ensayos… de repente sintió como se le cerraba la garganta. Era Igor, el gigante de seguridad de teatro, que le recordaba que esta no era una entrada para caballeros. La tos y la vuelta del flujo de aire, hizo que bajara de las nubes y volviera a tocar tierra.

A él le pasaban las medidas, y una vez vestidas hacía anotaciones de modificaciones sobre cada actor, bailarina, soprano o tenor. Cada uno tenía asignado su letra y su número. Buscó entre las listas de vestuario, su dedo recorrió la lista frenando en la » i «, la «j», para no reconocer a ninguna de las K thrinas. ¿Se habría cambiado de nombre? ¿Usaría un nombre artístico? ¿Se habría casado?

Al final de la tarde Igor, entre risas burlonas, le explicaría que ya había venido un caballero a recoger a la bailarina en un lujoso coche.

¿Por que? Si él ya había casi abandonado la esperanza de reencontrarla… pensaba Andrej al borde de la ciudad, recogiendo piedras, solo piedras negras, en su paseo por el bosque. Esa noche llovió y el barro se hizo con algunas carreteras, también fue el caso de la carretera que pasaba al lado del río. Que revuelto por la lluvia, parecía que absorbiese no solo los desagües, sino también la poca luz del día siguiente.

Día en el que con lágrimas en los ojos, piedras en los bolsillos, un enorme peso en el pecho Andrej iba de camino al trabajo cuando su coche acabó en el río, pocos vieron lo ocurrido, unos dijeron que fue el barro, otros que el fuerte viento del norte empujó el coche al río… sus amigas fueron las únicas que vieron que sujetó fuerte el volante, cerró los ojos y continuó recto.

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Inspiración:  Everything is illuminated by Jonathan Safran Foer